miércoles, 20 de julio de 2011

El Bucle: tempus fugit...


Sonidos para soñar o para sentir, para llorar, para reir... Siempre hay una música que nos produce emociones tormentosas. Combinaciones de notas musicales ejecutadas por manos y bocas expertas o virtuosas sobre instrumentos de viento, cuerda, percusión; madera o metal, o sobre las mismas cuerdas vocales (algunos dicen que sólo se trata de matemáticas), que hacen que nuestras neuronas se independicen. Si, que dejen lo que estaban haciendo (incluso si era una maniobra depresiva o seudoautista) y se dediquen a “otra cosa”. Nos apetezca o no; nos guste o no; y nos hagan creer que estamos alegres, tristes, melancólicos, eufóricos o amenazados... También hay músicas que introducen el miedo. 
La música es, además, una de las mejores formas de contar historias. Es posible incluso contar toda la historia o el principio de los tiempos dando a la música el protagonismo. J. R. R. Tolkien lo hizo en sus maravillosas historias sobre La Tierra Media y en El Señor de Los Anillos. Siendo muy joven leí sus libros; primero El Hobit y después El Silmarillion uno en 1970 y el otro en 1979, y desde entonces estoy convencido de que la síntesis que Tolkien hace de “todos los mitos y leyendas que las religiones consideran sagradas historias”, además de emocionante, es más creíble y fácil de explicar que las convencionales.
Recuerdo que cuando leía el primero de los cinco libros que componen El Silmarillion: Ainulindalë (La Música de Los Ainur) pensaba en lo bello que había dejado Tolkien El Génesis y cuanto menos traumático hubiese sido que tanto cristianos, como judíos o musulmanes lo hubiesen contado de la misma forma, al menos a los niños. Tanto el Ainulindalë, como el Valaquenta son “neutrales”. No hablan de “pecado, culpa, castigo, herencia del pecado, culpa, castigo y vuelta a empezar”. Hablan de una música inspirada por Eru: el único; Iluvatar: padre de todo; en los Ainur (como ángeles ¿?) y a partir de la cual estos últimos deciden trabajar en la creación del mundo conocido que respondía a la “visión” que en ellos causaba la música cuando la interpretaban.
En esta bellísima historia, la discordancia se produce en el principio (como en el resto de las historias llamadas sagradas) y, se trata de unos pocos acordes que en principio estaban destinados a embellecer aún más la composición de los Ainur. Y como Eru no había dado instrucciones de como tenía que ser la melodía, admitió la discordancia, y la hizo suya como el resto de de la composición. Después, resultó que este acto de “humildad” por parte de un espíritu poderoso, acabó siendo una concesión probablemente inmerecida. Pero es gracias a ella y a la libertad de creación y expresión que representa, que pudieron suceder las cosas que sobrevinieron y que acabaron por ser el difícil y equilibrado uso del “libre albedrío”, como suelen denominarlo los otros libros considerados sagrados.
Durante toda esta semana he estado saliendo. No he escrito nada porque mis pensamientos han venido siendo una especie de “bucle melancólico”; o un bucle de programación informática. Algo como:

buen_animo_start() {
if [ -x /usr/sbin/buen_animo ]; then
if ! ps axc | grep -q fuerza ; then
if [ -r /etc/rc.d/rc.ganas_de_vivir ]; then
sh /etc/rc.d/rc.modo_vivir start
sleep 1
else
echo "FATAL: No puedo tener buen ánimo porque no encuentro fuerza ni ganas de vivir, para poner en marcha el modo vida."
sleep 5
exit 1
fi
fi
echo "Neuronas puestas en modo ganas_de_vivir, modo_vivir"
/usr/sbin/buen_animo --daemon=yes
fi
}

No es necesario que intentéis leer esta parte, aquellos que no estéis familiarizados con algún lenguaje de programación. Lo he puesto ahí como homenaje a un amigo, a un ex-compañero que dedicó algunos meses que coincidimos en una prisión de Galicia (por cierto, de las mejores entre las que he recorrido durante mi peregrinación y condena), a hacerme comprender como hay que escribir las cosas para que otros programas informáticos (también escritos por humanos. A veces me parece increíble que esto pueda suceder) conviertan (compilen) este guión de instrucciones, en otro guión que sólo contendrá “unos y ceros” y que es el que realmente entienden y ejecutan los ordenadores.
Durante el tiempo que mi amigo me estuvo explicando como habían llegado los hombres a entenderse con este tipo de máquinas. Como las habían enseñado a entender las órdenes humanas y después a aprender las ordenes humanas más comunes, incluso a hacer predicciones sobre lo siguiente que los humanos iban a ordenarles y; más tarde a jugar con los humanos. Hasta que aprendieron tanto que ahora, a alguna de estas máquinas, es prácticamente imposible ganarles en muchos juegos complicados de los que les enseñamos, como por ejemplo el ajedrez. Yo nunca he conseguido pasar de aprendiz en el ajedrez.
Mi amigo dice que en el asunto del ajedrez no hay ningún misterio. Se trata de matemáticas, de cálculo de probabilidades y en eso hace años que cualquier ordenador personal es más rápido que el humano que lo usa. Cuanto más las máquinas especializadas a las que se les ha enseñado a jugar, partiendo de las combinaciones usadas por los mejores jugadores del mundo. A él no le parece inquietante que un día esas máquinas lleguen a dominar el mundo... a mi si.
Recuerdo que a veces hablábamos de todo aquello que ya controlan los ordenadores y que podría pasar si dejasen de hacerlo. Distribución de electricidad; cajeros automáticos y transacciones comerciales; tráfico ferroviario; navegación marítima y aérea, redes de satélites de posicionamiento y predicción meteorológica... los propios coches que conducimos, cada día son menos gobernados por las manos de los hombres...
y, él, sonriendo siempre me decía: - “y aunque así fuese que ?, tu supones que la falta de humanidad de las máquinas sería un desastre para los humanos...”; pero en realidad, en algunos asuntos el pragmatismo extremo de una máquina es más deseable que el embrollo de emociones, prejuicios y calentones de la mente humana. Si a ti te hubiese juzgado una máquina a la que se le hubiese introducido exclusivamente el la Constitución Española, el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal; no estarías aquí. Muchos de los que están en la cárcel no estarían...
Nunca te hubiese condenado. Porque una máquina que aplicase las leyes de forma estricta, al llegar a la parte: “no se presentan pruebas concluyentes que acrediten la culpabilidad del acusado en los hechos que se le imputan” aplicaría el principio: “entonces prevalece la presunción de inocencia”. Ninguna otra emoción, ningún otro prejuicio del tipo: “no hemos podido encontrar pruebas concluyentes, pero nosotros creemos que con las circunstanciales es suficiente y que el acusado miente, entre otras cosas porque es su derecho no decir nada que pueda usarse en su contra; luego si puede mentir seguro que miente, por lo tanto le condenamos aunque no haya pruebas y que intente apelar nuestra decisión. Si otros jueces le dan la razón, nada hemos perdido y si no se la dan, que se fastidie...”.
Me gustaba pasar aquellos ratos con mi amigo hablando de ordenadores. Lo de los ordenadores en realidad era una excusa para hablar de cualquier cosa. Y así pasaban los días, porque como dejó dicho Virgilio: “Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus, singula dum capti circumvectamur amore”. Yo le leí traducido al árabe y cuando lo traduzco a “mi castellano” me sale algo como: “Pero mientras tanto huye, huye el tiempo irremediablemente; mientras nos demoramos atrapados por el amor hacia los detalles”, Espero sea el sentido que debe tener la frase de Publio Marón.
Recuerdo que pensaba: - Bien... si, el tiempo huye de todas formas, de forma irremediable, es cierto. En un lugar como este es mejor para el espíritu “perderlo o desperdiciarlo” en el amor de los pocos detalles que aquí se pueden encontrar. El continente no puede ser más feo (en lo arquitectónico), el contenido es un reflejo de la sociedad con una mayor tendencia a la extrapolación por clases y con un mayor porcentaje de “desgraciados”, de personas poco tocadas por la suerte, de abandonados, de pobres y, otra proporción mucho mayor de personas que no tuvieron acceso a la educación y/o a una mínima cultura. Así que mientras pueda conseguir que el tiempo huya mientras hablo con alguien para quien el latín es un viejo conocido y no considera el árabe como un idioma de “putos moros de mierda”; dejaremos que huya el tiempo. Ya bastante despacio transcurre por las noches... el muy cabrón.

domingo, 3 de julio de 2011

Quizá no despertar mañana...


Ayer no tuve tiempo ni ganas de escribir, entre otras cosas porque ni siquiera salí a pasear. Se que no es bueno el sedentarismo pero la verdad es que el día anterior caminé demasiado y aunque hice un alto en el trayecto para escuchar a las palmeras, llegue realmente cansado. Definitivamente he de encontrar un equilibrio entre caminar a diario para mantener la forma en lo posible y esos largos paseos que tanto me fatigan. A veces para estar cerca de otros humanos, camino demasiado tramo cuesta abajo y olvido que después he de subir todo lo que antes baje. Después de tantos años donde las únicas cuestas eran siempre escaleras, el cuerpo se acostumbra a caminar sobre el llano.
Hoy si salí; quería comprar un poco de pan recién hecho. Me gusta comprar el pan calentito. En este desierto no hacen buen pan pero de entre lo malo y lo mediocre prefiero desplazarme un poco más hasta las panaderías (por aquí son tan escasas como los mochuelos) antes que comprar el pan pre-cocido que recuecen y venden en casi todos las tiendas medio grandes con muchos productos para extranjeros.
Hoy si vi a "perro" estaba entretenido con otros chuchos un poco más alejado de su portal (en su casa están de obras), olfateando todas las esquinas y renovando sus marcas de olor. Marcando su territorio. Otra cosa que tenemos en común, a mi también me gusta orinar sobre la tierra, al aire libre. No para marcar el territorio sino para fertilizar la tierra y sentirme útil y libre. Nos saludamos como vecinos desganados, apenas con la mirada y seguí mi camino.
Durante el trayecto hasta la panadería no hice otra cosa que pedir a Allah de todas las formas que conozco y por todos sus nombres que pusiera el brillo de las estrellas sobre mi alma. Que enviase a una Maia para señalarme el camino que debo seguir ahora que he recuperado una parte de mi vida; porque solo, (en todas las acepciones posibles de la palabra) no encuentro fuerzas para resurgir de los escombros de mi vida, de mi soledad. Y en el camino de vuelta a la guarida, hice otro tanto. No puede evitarlo.
Se que El Misericordioso estará seguramente muy ocupado en otras cosas, probablemente en esté incluso en otra era y sobre todo se, porque tengo ojos en la cara y oídos a los lados del cráneo, que hay muchos humanos que tienen más necesidades que yo. Por eso siento altas dosis de vergüenza cuando le pido algo. Pero hoy no pude evitarlo. Porque estaba más desesperado que otros días y quería alejar un pensamiento que se negaba a abandonar mi mente: “si fuese posible, elegiría no despertar mañana...”. Comencé creándolo como una especie de melodía; como el título de algo que debía escribir hoy y terminó siendo una salmodia que mis neuronas recitaban con demasiado convencimiento.
No es la primera vez que pienso en no despertar mañana. Desde antes del día en que pude levantarme de nuevo entre las ruinas de mis vidas anteriores, ha pasado ante mis ojos como una marquesina luminosa en muchas ocasiones. Incluso he llegado a verla en los enormes luminosos de algunos edificios. Como un gran spot publicitario de aquellos que salían el película Blade Runner, que tanto me sigue gustando: “Coca-Cola; elija no despertar mañana”.
Un pensamiento demasiado lógico pero demasiado recurrente incluso para alguien tan desesperado como yo. “Ten cuidado con lo que deseas, porque podría hacerse realidad, recuerdo haber leído hace años. Y en cualquier dirección o sentido que se estudie o se reflexione sobre la frase. Siempre resulta una advertencia, un aviso para navegantes sobre el poder de los deseos, los caprichos del destino y las coincidencias que veces pueden parecerse demasiado a profecías cumplidas.
Ayer leí algo que estremeció un poco los cimientos de mi ya de por si débil estructura física y mental; algo que según escribe y argumenta desde su sabiduría y experiencia en las cosas de la mente (el pensamiento y las emociones) Antonio Damasio, en su libro “Looking for Spinoza”; son la misma cosa. “Terry Pratchett comienza el proceso legal para quitarse la vida. Al parecer el genial escritor padece una variedad “prematura” del mal de Alzheimer desde diciembre de 2007. Él mismo lo anunció en esos días cuando había vivido 60 años. La muerte siempre es prematura.
Ahora, mientras escucho la música escrita por Ludovico Einaudi; en concreto el tema “Melodía Africana”. Ya no deseo no despertar mañana tanto como esta tarde y muchas tardes desde hace demasiado tiempo. Algunas mañanas de finales del año pasado, cuando despertaba al amanecer en aquel lugar tan apartado de todo lo que es deseable; tan lejos de cualquier sentimiento, pero sobre todo, tan lejos del amor. Me sorprendía y me extrañaba estar de nuevo allí, frotándome los ojos. Tal había sido la intensidad con la que había formulado “el deseo” la noche anterior que no hallaba explicación para que no se hubiese cumplido.
No por la música de Einaudi, que merece mucho reconocimiento pero no precisamente por inducir al baile y la alegría desbocada. Esta música no entra en los repertorios de ningún pub o discoteca. A mi me sirve como “un paisaje alrededor de mi alma” mientras leo o escribo. Es como sentarse en un silla en medio del desierto o en el pasillo de un zoco y ver pasar la nada o el mundo entero mientras el pensamiento se renueva y voy reparando en los detalles que no recordaba haber visto la última vez que esta música penetró por mis oídos hasta mi alma, que según la ciencia está muy cerca.
No, no fue por la música. Fue porque en el camino de vuelta a la guarida dos niñas me saludaron sonrientes. No eran las mismas del otro día, estas eran un poco mayores, quizá 13 o 14 años y si, el acento era el mismo: español aprendido en casa al mismo tiempo que el alemán. Se exactamente por qué me saludaron. Llevaban observando mi forma de caminar, mi indumentaria y en general mi aspecto terriblemente ecléctico. Soy terriblemente ecléctico y no me cuesta mucho decidirme por algo, por alguien o un destino concreto; pero me resulta mucho más gratificante decidir seguir siendo ecléctico.
Y entonces cundo llegue a su altura, estaban jugando entre el porche y la ancha acera, se percataron de que aunque mi forma de caminar me obliga a mirar bien donde pongo los pies y parece que deambulo mirando al suelo; yo era plenamente consciente de que llevaban hablando de mi desde que había doblado la esquina de la calle, hacía más o menos cien metros. Se sonrosaron sus rostros cuando llegue a su altura y las miré con intención de decir, hola o buenas tardes y, se adelantaron ellas con un, ¡hola! a dos voces, en diferentes tonos pero afinadas; mientras sonreían al notar que no les reprochaba su natural curiosidad.

Cuando un ser humano se encuentra en un pozo tan profundo y negro como este en el que he caído hace años. Cuando un humano ha de hacer a diario un esfuerzo que le sobrepasa para salir a la superficie y dejar que la luz del sol le abrase los ojos hasta hacer salir unas pequeñas lágrimas protectoras; cualquier palabra, cualquier gesto amable le parece un regalo inmerecido y como tal lo agarra e intenta retenerlo el mayor tiempo posible. Esos pequeñas recompensas son las que seguramente me harán salir mañana.

Después, al final del camino, ya en la puerta de mi guarida; no quiero llamarla prisión porque yo si he conocido la verdadera prisión y aunque aún no sea un hombre tan libre como me gustaría ahora mismo mi guarida no merece ese nombre. Pero en muchas ocasiones, cuando llego de vuelta después de un largo paseo, y me detengo a frente al porche, siento que estoy volviendo a la cárcel después de una salida al campo. Pero hoy otro regalo me esperaba.
Durante los últimos pasos, sentí que otros pasos se acercaban a mi espalda. No volví la cabeza porque sabía que en pocos segundos me adelantaría, no sólo porque yo estaba al final del camino y me detendría, sino porque siempre me adelantan. Era una de mis vecinas. Una mujer que nació en el norte de áfrica, probablemente de origen “amazig” a juzgar por el color de su piel y la estructura de su cráneo. Creí que, como en otras tantas ocasiones me saludaría fugazmente, yo respondería a su saludo en árabe o en español y ella seguiría su camino.
Pero no. Hoy ocurrió otro milagro y de entre los dioses conocidos, supongo que Allah el Misericordioso, quiso que una mujer musulmana se detuviese a hablar con un hombre cada día más gnóstico. La conversación fue muy variada, hablamos sobre lo bonito que sería que ni ella ni yo estuviésemos allí en aquel momento, sino en en lugar donde nacimos, rodeados de los más antiguos de la familia y cerca de donde reposan los restos de nuestros antepasados.
Lamento perderla como vecina y así se lo dije. Curiosamente, pareció sorprenderle que yo afirmase aquello y que además lo hiciese de forma sincera. Me miró durante unos segundos y después intentó consolarme asegurándome que aún quedaba mucho porque antes tenían que vender la casa. Es cierto, no conocía nada de mi y le sorprendía que prefiriera tener como vecinos a una familia musulmana que a cualquier otra que pueda ocupar su casa. Pero lo que realmente me emocionó fue la capacidad de mi vecina para detectar la sinceridad y autenticidad de mis palabras.

sábado, 2 de julio de 2011

El lamento de las palmeras...


       Hoy me obligue una vez más a salir. A dejar que el viento meta en mis pulmones la esencia del Sahara. No vi a “perro” y la verdad es que casi me alegré porque después de lo que pasó la última vez que nos vimos, no tenía ganas de verle. Cuando discutimos con alguien (aunque sea un perro) no queremos volver a verle, al menos durante el tiempo que creemos estar odiándole. Yo sé que no odio a “perro”, pero me molestó que me mostrara mis propias contradicciones y la facilidad que tenemos para aconsejar a otros aquello que no hacemos por nosotros mismos.
       Me detuve como siempre antes de cruzar la calle y mientras se acababa el cigarrillo que habían encendido en el porche de mi guarida, diseñé el recorrido que iba a hacer, al menos el inicial (algunos días introduzco variaciones sobre la marcha). Hoy he ido contando las flores de los hibiscus. Ayer sólo había una de color rojo, completamente abierta. Hoy ya no estaba, supongo que alguien la habrá cogido para adornar su pelo o su casa. No importa, los capullos a punto de eclosionar son bastantes  y pronto los veintitrés tallos mezclarán en diferentes porcentajes el color de las flores con el verde de las hojas, que un año más están llenas de larvas de la mariposa Chionodes hibiscella que también eclosionarán al principio del verano.
       Este año está siendo muy poco amable con los hibiscus, por las mañanas está nublado casi a diario y las temperaturas son más bajas y por eso todavía no han florecido a pesar de que la primavera está a punto de abandonarnos. Las buganvilias, sin embargo, parecen no haber notado la diferencia y ya llevan más de un mes cargadas de pétalos multicolores. Debe ser porque las buganvilias a diferencia de los hibiscus, tienen espinas puntiagudas y son capaces de enroscarse a cualquier estructura, incluso de trepar por los muros. Me gustan las flores de esta trepadora y su engañosa fragilidad. La fragilidad casi siempre es engañosa.
       Pero hoy mi cita era con las palmeras. Cuando el viento sopla un poco más fuerte que de costumbre, como hoy, las palmeras se sienten más comunicativas. Con más ganas de hablar. Así que esta tarde era ideal. Las palmeras, como los hombres vulgares, hablan de cosas vulgares. Pero aquí viven muchas clases de palmeras llegadas de lugares muy lejanos, algunas hace muchos años.
       Escuché a dos de esas que tienen las ramas como si fuesen grandes abanicos por encima de una melena marrón que van formando las más viejas ante el vigor de las jóvenes.
- yo estoy aquí desde antes que empezaran a construir esos horrorosos hoteles que ya no me dejan ver el mar y apenas me dejan llegar su aroma. - Lamentaba la más alta de todas.
- A mi lo que más me molesta es este asfalto que han puesto tan cerca de mi tallo; pero dentro de un par de meses lo habré levantado. - Presumía una más joven.
- Ten cuidado no vayas a mover los cimientos del muro de esa urbanización, si lo haces te decapitarán. Mira aquellas dos del principio del paseo, las cortaron a poco más de un metro del suelo haca un par de años. - instintivamente dirigí la mirada hacia aquellos dos troncos cercenados en los que no había reparado a pesar de pasar a su lado casi a diario.
- Lo tendré, aunque algunas raíces he de extender también hacia ese lado o el viento acabará inclinándome y eso también es motivo de decapitación. Tu tienes suerte de haber llegado en los buenos tiempos.
- Si, yo sujeté ya todas las raíces fundamentales antes de que los hombres decidiesen construir aquí sus feas casas.
- No te quejes, estas no son de las más feas. Unas semillas que llegaron el pasado lunes dicen que el lugar de donde vienen es mucho peor. Lleno de perros que constantemente orinan en la base de sus troncos, de niños que se suben hasta sus ramas y se cuelgan de ellas y mucho plástico alrededor. - en ese momento recordé que algunos días aprovecho el paseo para sacar la bolsa de basura y ponerla en el contenedor y ayer mismo, recogí dos latas de bebida energética (de esas que parecen balas, o supositorios, según se mire), un paquete de tabaco vacío y dos bolsas de snacks también vacías. Porque no soporto la suciedad, ni que la gente abandone sus restos en la tierra donde crecen los hibiscus.
- Tu si. Te he visto hacerlo muchas veces, pero la mayoría pasan y hacen como que no ven los residuos por no agacharse a cogerlos para tirarlos en el próximo contenedor. - ¡Me lo decía a mí! rara vez las palmeras se dirigen a un humano y mucho menos responden a sus preguntas o dejan que entre en su conversación. Así que decidí probar suerte con la que me había hablado.
- Y tu de donde viniste hace tantos años ? - pregunté.
- Yo no vine; yo nací aquí pero si te refieres al origen de mis antepasadas. Llegaron de Túnez hace cientos de años.
- Las trajeron los barcos que se aprovisionaban aquí de camino o de vuelta a Las Américas. - Pregunté.
- No. Llegaron mucho antes de eso que dices, incluso antes que que hubiese barcos haciendo esas rutas. Las semillas llegaron con la arena del Sahara. Las trajo el viento y supongo que llegarían al gran desierto desde Túnez de una forma parecida, aunque eso no puedo asegurártelo. Han pasado tantos años.
- Las cosas no van bien por la tierra de tus antepasadas - dije, y no sé por qué lo dije.
- Siempre fue un lugar muy agitado y convulso. Mis abuelas hablaban de ello. Los hombres no hacen sino pelearse entre ellos, es lo mejor que saben hacer. A pesar de ello, allí mis antepasadas eran mucho más respetadas que aquí. Se las cuidaba, se las mimaba y se hacían sombreros, cuencos y muchos otros utensilios con sus ramas viejas.
- Y eso reconfortaba a tus antepasadas ? - pregunté.
- A ti no te gustaría seguir sirviendo para algo aún después de haberte dormido definitivamente ? O acaso crees que la resurrección o la reencarnación consiste en otra cosa ?
- A mi la verdad es que me gustaría ser útil antes de morir y no creo en ningún tipo de resurrección o reencarnación de las que venden algunos comerciantes del espíritu. Siempre creí que la única resurrección estaba en los hijos, en legar una parte del ADN.
- Los hijos no son la resurrección de nada, son entes que deben independizarse y ser diferentes a sus padres. Y la reencarnación no sólo es posible, es continua. Cuando seas polvo, otra vez, algún tipo de vida surgirá de nuevo de ese polvo y aunque no recuerde con exactitud en que vida estuvo antes, siempre, en algún lugar de su espíritu genético quedará algo de sus anteriores vidas.
- Vaya... yo creo, sin embargo, que lo de la independencia de los hijos es una forma de “individualismo impuesto” por esta casta de comerciantes que nos gobierna en la sombra desde hace muchos años. Desde que descubrieron la forma de hacerlo.
- No crees que sea una ley de vida ?
- No. Creo que los hijos han de seguir en la casa donde nacieron; seguir allí cuando sus abuelos y sus padres mueran; tener allí a sus propios hijos y vivir en la tierra en la que nacieron nutriéndose de ella y de sus frutos.
- Hablas como si tu espíritu fuese vegetal. ¡Ves! quizá en otras vidas anteriores fuiste un arbusto o un árbol. Si, tu tienes más pinta de haber sido árbol. Miras desde arriba...
- Quizá. Pero es lo que creo. Esto de que los jóvenes se vayan del hogar en el que nacieron para formar el suyo propio (odio el sentimiento de propiedad, cada día lo odio más); me parece un invento que sólo beneficia a los comerciantes y usureros. Cada hogar necesita nuevas cosas y ellos viven de esas necesidades. No, definitivamente no me gusta este modelo de sociedad individualista en la que nadie ayuda a nadie. Tantos grupos pequeños y tan divididos sólo pueden ser útiles a aquellos que pretenden mantenerlos controlados y esclavizados.
- Como las hormigas ? Todo, hasta la vida por la comunidad ? Esa es tu filosofía ? Eres comunista ?
- No, no, no... soy práctico y un poco anti capitalista, Hablo de grandes familias viviendo en el mismo espacio, compartiendo los recursos. El comunismo cercena la libertad de pensamiento y esa es la única libertad, la única independencia verdaderamente importante. La libertad no consiste en poder moverse de un lado a otro. Tu deberías saberlo bien. La independencia consiste precisamente en el hecho de que; pudiendo ser independiente se escoge compartir porque es beneficioso para todos. Entiendes ? La cerveza se puede elaborar en casa (si todavía viviésemos en casas de verdad en lugar de en latas de sardinas). ¿A quien le interesa que la gente no haga esto y la compre en botes de un tercio de litro ?
- Entiendo lo que quieres decir. Compartir. Unir en lugar de dividir. Si, no estaría mal regresar un poco a esa filosofía.

jueves, 30 de junio de 2011

Ese perro se parece a mi...


       O eso creía hasta esta tarde; es decir, no sólo lo pensaba, lo creía realmente. Ahora estoy seguro de que soy yo quien se parece a él. No, no se trata de ese parecido que todos hemos encontrado alguna vez entre dos animales que caminan uno a cada lado de una correa de cuero. Sería mejor para mí y para él que se tratase de eso. Pero no.

       No es “mi perro”, siento un gran desprecio por este sentimiento de propiedad con que los humanos suelen tratar a otros animales, sobre todo aquellos a los que llaman “domésticos”, un simple y cruel eufemismo de esclavos. En realidad siento ciertas dosis de desprecio hacia cualquier sentimiento de propiedad, sobre todo cuando el objeto de esa comportamiento (los sentimientos suelen traducirse en comportamientos) es otro ser vivo. Tampoco es mi compañero, no vive conmigo.

       Este perro es un perro. Simplemente, un can. Vive en una casa que está al final de la calle donde está mi “guarida” y es por esto que le veo muy a menudo, cuando me obligo a salir a pasear entre este absurdo paisaje que mezcla de manera insultantemente pródiga, asfalto y palmeras importadas de lugares exóticos por gente exótica, caprichosa o simplemente, indocumentada pero con poder, prisa y avaricia. Esta tarde estaba allí y hablamos...

       No lo hicimos en el sentido literal, claro. Sin embargo es bien sabido que los perros entienden a los humanos y los humanos a los perros en ese idioma que está por encima de cualquier otro; entre otras cosas porque es mucho más sincero, tanto que a veces contradice a las palabras que se pronuncian al mismo tiempo; el lenguaje de los  gestos, de las miradas, el lenguaje natural de este universo, ese que a veces usamos incluso para hablarle a las plantas; esos seres de los que creemos, erróneamente, que sólo poseen una cierta libertad vertical.

       Es un perro pequeño, se ve que alguno de sus antepasados fue un caniche pero él es más bajito y a pesar de las mezclas, proporcionado. Es del color del trigo en agosto, tiene el pelo rizado y algunos rizos más largos de la cabeza le caen sobre los ojos. En eso nos parecemos algo, mi cabello a veces también se riza y me tapa la vista. Caprichos del viento que es aquí un compañero que de forma permanente se ha tomado el trabajo de traernos grandes cantidades de la fina arena del Sahara. Si no fuese porque el Atlántico está de nuestra parte ya seríamos un auténtico desierto. No me quejo, me gustan los paisajes desérticos, a menos que estos se encuentren en el propio corazón o en el de aquellos que nos rodean.
       Me detuve al otro lado del asfalto, encendí un cigarrillo, mientras apoyaba mi espalda sobre el muro de la urbanización que está justo detrás y hablamos... Yo intuía que compartíamos más de un sufrimiento, esas cosas se saben con sólo mirarse a los ojos con sinceridad, los perros no saben mentir y a mi me supone un esfuerzo que casi nunca tengo ganas de realizar. Pero no esperaba que coincidiéramos en tanto; o no quería suponerlo. A veces las certezas producen más inquietud y más sufrimiento que las suposiciones.

- Y tu que miras capullo ? Preguntó como quien pregunta a alguien que no está allí. - Me tutea porque sabe que somos de la misma edad (las canas nos delatan).
- No es necesaria tanta agresividad perro. - Le recriminé
- Mira quien habla. Acaso crees que la agresividad sólo se muestra en las palabras ? La forma en que me miras también es agresiva, o por lo menos no es amistosa.
- Perdona perro. Me pareció que estabas triste, más que otros días y intentaba saber por qué.
- Vaya, habló de tristeza el más triste de los humanos que he visto por aquí en años. Por qué preguntas algo que ya sabes; estoy triste por lo mismo que tu.
- Puedo hacer algo por ti ? - Pregunté sinceramente.
- Cuando hayas sido capaz de hacer algo por ti mismo, por deshacerte de tu tristeza, vienes y me das lecciones. Mientras, déjame en paz. - Y levantándose se acercó a la esquina de su acera y orinó sobre una mata de hierbas.

       Me pareció raro el gesto, teniendo una farola a diez metros. Así que pensé que no quería alejarse del portal. Nunca se aleja mucho de su portal. El cigarrillo se había acabado y la conversación también, me fui caminado hacia el palmeral y mientras lo hacía una pareja de alemanas con un perrito muy pequeño y muy feo pasaron cerca del perro trigueño para tirar algo en el contenedor de basura. Entonces pude ver como el perro triste se acercaba a olisquear al pequeñajo, que se asustó. Lo conozco, es uno de esos chuchos al que sólo sacan de casa una vez al día para que no engorde (desentonaría con la figura de su “dueña”). Y sentí envidia. Y además noté amargamente que sentí envidia del perro. De como en unos segundos había dejado de lado la tristeza para corretear alegremente (sonriendo) hacia el otro can. Al notar como el faldero retrocedió, él regresó a su portal adoptando una vez más esa actitud de matón de discoteca que no le va nada a su figura.
       Y mientras caminaba reconocí que a mi también me hubiese gustado acercarme a la dueña del chucho y decirle algo amable, no sé, un: como está usted señorita ? (aunque resultaba muy evidente que estaba muy bien...). Nada importante, simplemente por el gusto de hablar con un ser humano (y de sentir su olor de cerca, no tan cerca y con tanto descaro como "perro", al menos no sin su permiso), y si acaso iniciar una pequeña conversación con palabras, aunque no fuese más que para constatar que el viento esta tarde no soplaba tan fuerte como ayer, si ella estaba de acuerdo y medía las ráfagas con los mismos instrumentos que yo.

       A veces, cuando la soledad aprieta. Lo importante es hablar. De lo que sea, con quien sea, pero hablar.

       Por lo demás la envidia no llegaba más allá. El perro esta viejo y solo. Yo estoy viejo y solo. Hablo de la verdadera soledad; no de la que se escoge para pasar la tarde leyendo un buen libro o para meditar a la luz de la luna. He de decir que este lugar es de los mejores del mundo para dedicar tiempo a mirar las estrellas, se ven todas con una claridad insuperable, lo que proporciona una sensación de cercanía muy reconfortante.
       Estamos rodeados de otros perros, de otros humanos; pero estamos terriblemente solos y empezamos a sentir en lo más profundo de nuestros corazones que ya nadie nos quiere de verdad y, aún peor, que a nuestra edad este estado de cosas difícilmente va a cambiar. Que cada día seremos menos aceptados por nuestros respectivos grupos. Y con cierta amargura sentimos que claramente que nuestro tiempo ha pasado. Tempus fugit; escribió Virgio: “Sed fugit interea fugit irreparabile tempus”.
       Nos ponen la comida en el plato, si. Pero en sus miradas vemos que creen que ya no la merecemos o que es un desperdicio y un gasto inútil. Nos lavamos, nos peinamos y nos acicalamos pero la imagen que nos devuelve el espejo hace tiempo que nos inquieta. Nos reconocemos pero ya vemos claramente que caminamos más cerca del cementerio que el año anterior. Y no es que nos importe demasiado morir, al menos a mi no me importa mucho, y creo que a los humanos que hemos vivido; que no es lo mismo que haber pasado por la vida, no nos da miedo la muerte.
       Nos asusta el el abandono, el olvido, el desamor. A algunos también el dolor, pero el dolor físico es algo que ahora mismo tiene muchas soluciones. No, definitivamente lo que nos hace desgraciados es el desamor, al abandono, el olvido, la indiferencia de “los tuyos” y del resto de los humanos. No los desiertos de arena, sino los desiertos emocionales. La melancolía es como el buen cognac francés; en pequeñas dosis y cuando a uno le apetece es algo maravilloso. Tener que tomarlo a diario como una rutina o un rito social es una tortura y un peligro.
       Mientras caminaba bajo el dosel de palmeras, lentamente, vi a una niña con un perro parecido a “perro”, cogido con una correa de cuero trenzado que intercambiaba unas palabras con otra niña más joven (la del perro debía haber vivido una docena de veranos, la otra no más de diez). Ella me miraba, lo noté de inmediato incluso cuando ya casi quedaba a mi espalda, de la misma forma que yo había mirado al perro no hacía ni media hora. Me dijo ¡Hola! En un español aprendido en casa al mismo tiempo que el alemán. Es un acento inconfundible. Padre alemán madre española, o al revés.
Volví la cabeza, la miré para asegurarme que era a mi a quien había saludado. Aunque no había nadie más lo suficientemente cerca, ni siquiera en nuestro campo visual. Entonces decidí hacerle un regalo y le dije: ¡Hola chica! Y vi como levantaba un poco los talones para estar a la altura de la chica que creyó ser, al menos por un momento; simplemente porque se lo había dicho un tipo mayor con el cabello largo y canoso cayendo sobre un chaleco de piel de ternera engrasada. Lo será pronto y su sonrisa era toda una promesa. Se sintió feliz y a mi me hizo feliz que una voz cálida y femenina, me hablase.

       Fue la única conversación amable y sincera que he tenido en cuatro o cinco semanas. Se que es desolador, pero es la verdad. Quizá sería menos inhumano mentir sobre esto, quizá, pero no cambiaría la realidad, que es lo que necesitamos el perro y yo.

miércoles, 29 de junio de 2011

DIVENIRE

      
       He estado retrasando este momento, pero hoy he de hacer esta introducción y empezar a colgar en este blog todo lo que me ha ido llegando a lo largo de los últimos meses; que es mucho. En realidad hace más de un año que se abrió con vocación de ser un “lugar de encuentro para todas las personas ligadas de una u otra forma a la Institución Penitenciaria Española”. Respetuosamente abierto a todas las opiniones al tiempo que implacable en el respeto a la libertad de expresión de quienes tengan algo que decir; pero sobre todo para los que han estado o están privados de ella o “encuentran problemas y barreras de todo tipo” para expresar aquello que les suele reventar el cerebro: la injusticia y la crueldad.
       Empezaré por dar algunas explicaciones. El blog se llama “Carceleros” por muchos motivos pero el más importante es que: en sus manos (en las de todos los agentes del sistema que trabajan en las penitenciarías) está ese poder de impedir que la justicia o injusticia aplicada o consentida en los juzgados no se convierta en una doble penalidad para aquellos que la sufren, y que la crueldad no sobrepase los límites de lo humanamente soportable. Siempre teniendo en cuenta y en honor a la verdad que no son los “carceleros” quienes firman las órdenes de prisión ni las de libertad. “Sólo” son los encargados de administrar uno de los monopolios o recursos exclusivos del Estado, del sistema (que viene a formar parte del monopolio del uso de la violencia), el último y el más terrible de ellos: el punitivo
       El 19 de noviembre de 2009 publiqué un artículo titulado “Declaración de Principios” y lo firmé como A.V.de B. Sigue siendo mi declaración de principios y “AVdeB” la firma que llevará todo lo que yo escriba para este blog. Porque casi nada ha cambiado y lo que ha cambiado viene a confirmar lo que en ese artículo se “revela” acerca del sistema. Fue escrito en parte desde la óptica y el recuerdo de lo que Aldous Huxley escribió en el 1932 para su libro “Un Mundo Feliz” y finalmente desde la mía, que está condicionada (podría decir: inspirada en la distopía) por lo que escribió Huxley (Un Mundo Feliz), Orwell (1984) y Ray Bradbury (Fahrenheit 451); pero también por los escritos, historias y filosofías de Marco Aurelio, Franz Kafka, Niccoló Machiavelli, Philip Zimbardo, Heródoto, Baruch Spinoza, Descartes y Platón. Que tanto influyeron en mi vida
       No atados por esa declaración de principios; se publicarán artículos y series de artículos, escritos por otras personas siempre “estrechamente ligadas” al ámbito penitenciario español y cada cual firmará como quiera. Sólo se les pide que los artículos estén protegidos con licencias tipo: BSD, GPL, Creative Commons o cualquier otra no propietaria, restrictiva o ligada de alguna forma a cualquier sociedad de gestión de derechos de autor, española.
       No se trata de una exigencia. Pero creo la libertad de expresión estará siempre mejor protegida por ese tipo de licencias. En principio, sólo yo estaré informado de la identidad de todos los colaboradores (por si en algún momento se requiere judicialmente “al blog”). En esos casos los autores y yo decidiremos si se facilitan datos personales o me reservo el derecho de no revelar las fuentes y apechugo con las consecuencias. Cosa que ocurrirá “por defecto” siempre que el autor esté aún en prisión.
       La primera serie se llamará “Divenire”. El autor es un varón de ascendencia kurda/turkiya/armenia, educado por musulmanes en Turquía y emigrado, primero a Italia en los años 80 debido a la persecución de los Kurdos y después a España. Me ha pedido que de momento no aparezca su nombre y que en su lugar, el encabezamiento para todos los capítulos sea la “sura 15:9 del Qun'an”. Aparecerá enmarcada en árabe y la traducción literal es: “Nosotros hemos hecho descender el recuerdo y somos sus guardianes”. Para él estas palabras tienen, además del religioso, otro significado:


       “De nosotros, los condenados, los convictos, los olvidados, depende guardar el recuerdo de lo que hemos vivido y si podemos, transmitirlo como única forma de sensibilizar a la sociedad acerca de la injusticia y la crueldad, tan habitual en las cárceles. Que no son otra cosa que un reflejo de la misma sociedad que las mantiene, alimenta y retro-alimenta. No más silencio


       Y al usarlas cumple, además, una promesa. En este blog se respetarán siempre las creencias religiosas de las personas. Contará el verdadero significado de eso que le LOGP denomina “reinserción social”. En  su caso, como nada se hizo antes en ese sentido (pocas veces se hace algo...), una vez alcanzada la libertad, después de “diez años de pena y penalidades” vividas en más de media docena de cárceles españolas.
       Actualmente el autor vive “fuera de España...” los primeros meses en libertad intentando reconstruir algo de lo que era su vida hace diez años. Rehacer sus relaciones familiares y sociales y, sobre todo: “hacerse con un mundo nuevo” que se parece poco a aquel del que fue arrancado hacia los infiernos*. Recuperar los sabores, los olores, el tono físico y un mínimo de equilibrio psicológico.
       Su lengua materna es el árabe. Y aunque conoce perfectamente el armenio, el turco, el kurdo; y habla español y alemán con soltura; no se encuentra cómodo escribiendo en castellano. Escribe en árabe, porque piensa en árabe. Y esto representa una dificultad añadida para traducir correctamente el sentido de lo que quiere contar. Obtuvo la nacionalidad española en agosto de 1994. Pero en las cárceles españolas siempre fue tratado como un extranjero de piel oscura y asimilado al grupo de musulmanes (mayoritariamente marroquíes y argelinos). Grupos étnicos muy alejados de su origen. Prejuicios y perjuicios del sistema, o quizá poca cultura y menos ganas de escuchar por parte de sus agentes. Durante bastantes meses dieron por hecho que no sabía hablar castellano y que era “un moro más”, aunque vivía y trabajaba en Madrid desde 1989.

viernes, 21 de enero de 2011

"Ellas" y El Efecto Lucifer


El experimento de Philip Zimbardo se ralizó en 1979. Quizá por ello o porque buscaba una reproducción del entorno lo más real posible; en su anuncio y posterior selección, no incluyó mujeres. Y en cuanto apareció una mente femenina que observó el estudio desde fuera, forzó al ahora famoso profesor de la universidad de Satanford, a finalizar el experimento una semana antes de lo previsto. Inicialmente había previsto dos semanas y apenas duró una. Ella era su compañera, también de trabajo.

Esta parte del experimento que se detalla en el libro "El Efecto Lucifer" y que no hace mucho oí en boca del propio Zimbardo, es la que hoy me interesa. El resto lo he vivido a lo largo de los años que pasé en una prisión de un "estado democrático" y aún antes, en los internados en los que transcurrió mi vida hasta bien entrada la adolescencia. A pesar de lo cual, curiosamente, el recuerdo que retornaba a mi mente más tozudamente mientras leía el libro de Zimbardo, nada tenía que ver con funcionarios de prisiones. Y quiero contarlo porque si me marcó a mi que tantas cicatrices atesoro en el alma, seguro que algo hará sentir a otros, o al menos reflexionar.

He de decir, ante todo, que aún hoy, y ya han pasado más de quince años; aquella corta experiencia me empuja hacia la humildad en las pocas ocasiones en las que mi ego me hace creer que se suficiente sobre alguien, sólo con intercambiar un saludo. Trabajaba para un pequeño municipio de la costa en el que, por efecto del turismo, todos los veranos era necesario contratar a unos cuantos jóvenes que durante el verano ejercerían como auxiliares de la policía local. Las plazas eran pocas y los aspirantes muchos. Las presiones y recomendaciones no faltaban aunque sólo debíamos escoger personas idóneas para un "sencillo trabajo temporal" que posteriormente (y precisamente por el mal ejercicio) se reveló de una enorme importancia en un lugar muy visitado que quería seguir siéndolo. Era necesario dar la imagen de lo que realmente era: un pueblo marinero donde abundaba el buen marisco, docenas de playas estupendas y buena gente; encantada de recibir a tantos foráneos deseosos de probar lo antedicho.

Pues bien, todos los veranos nos equivocábamos estrepitosamente en la elección y cuanto más convencidos estábamos de haber escogido clones de Rick Deckard y Colombo; nos amanecían más pronto que tarde gemelos de Harry Calahan y Juez Dred. Todos los otoños prometíamos poner más cuidado el año siguiente pero nos volvíamos a equivocar. En las cenas semanales de otoño/invierno, haciendo balance del verano y las fiestas, nos reíamos de nosotros mismos, de nuestra incompetencia y del extraño efecto que el uniforme parecía ejercer sobre los elegidos. Si hubiésemos tenido a mano el libro de Zimbardo, no nos hubiésemos sentido tan culpables, tan inútiles por una labor que, tratándose de barrenderos, jardineros, secretarias, albañiles y demás personal municipal, nunca nos causaba problemas.

El último año conseguimos enmendarnos; seguíamos sin conocer los experimentos de Philip Zimbardo (yo no leí el libro hasta hace pocos años) y, sin embargo aplicamos un principio que se deriva del propio experimento aunque no lo mendiona. Contratamos sólo chicas... De todo aquello y de otras cosas que aprendí después al otro lado del alambre de espinos, surgió la necesidad de escribir esto que ahora pongo aquí. No había entonces necesidad como ahora de ser tan políticamente correcto. Lo escribí porque me pareció que aquella "revelación" nos había dado una solución y a algunos una lección (esos seguían justificando su machismo: para cuidar playas valen, ya veremos cuando tengan que meterse a solucionar una pelea.... y resultó que también en eso fueron mejores, con menos víctimas, siempre con menos violencia).

De todo aquello también aprendimos, amargamente, que las cárceles nunca podrán servir para lo que dice la Ley que deben servir: reinsertar a las personas en la sociedad. Si, porque este sistema que hemos construido no puede garantizar la seguridad de "nadie" y menos del ciudadano medio. Ningún sistema policial/judicial puede. Por eso se afanan tanto en demostrar su eficacia en "lo posterior". En el castigo de los presuntos culpables y culpables vuelca el sistema toda su rabia, toda su ineficacia, toda su frustración. Y es precisamente aquí, en este nuevo fracaso, donde la falacia penitenciaria muestra sus vergüenzas. La pantalla judicial su impotencia y todos ellos, agentes del sistema, su sumisión al gobierno de turno.

Deberían saber que la violencia no sirve para combatir el crimen. Puede que, como la democracia, sigan considerándola un mal menor... aún así, su ejercicio no debería impedir que se estudiasen seriamente otras alternativas y que muchos de los medios económicos empleados en represión se invirtiesen en educación...

Pero antes, por favor, habrá que resolver el tema de la educación. No podemos seguir, (amparándonos en el derecho de los padres a educar a sus hijos como quieran; que tampoco es cierto que la mayoría pueda escoger tanto ni se moleste en hacerlo) formando niños y niñas en entornos separados, con roles pretéritos que no nos dejan salir de este bucle en el que la violencia aflora sin necesidad de uniformes policiales. Aunque hay muchos tipos de uniformes y algunos están en el cerebro de las personas porque alguien lo quiso así.

Porque puede que la testosterona nos haya permitido sobrevivir en otros tiempos, pero es evidente que se ha quedado, como un viejo dictador agarrado a su poder biológico. Y los que enseñan conceptos machistas, aunque vayan ocultos en viejos libros y "sagradas" tradiciones; están dando un soporte cultural a algo que desgraciadamente no es más que una pesada herencia genética. Philip Zimbardo lo demostró en 1979.

A. V. de B.

miércoles, 4 de agosto de 2010




PAPEL MOJADO; ALMAS RECICLABLES
 

CAPÍTULO 3 (Al Final de las Últimas Cosas)
 
En la selección y formación del personal de prisiones se debe tener en cuenta la necesidad de mantener altos niveles de calidad en el cuidado de los internos.
 
Lo más deprimente de este lugar no es el musgo que se va adueñando de los rincones, la enorme magnitud de esa humedad que sube hacia las nubes acumulando allí la próxima riada que seguramente no evitará pasar por aquí. Ni siquiera lo espeso del aire y el maquillaje que amortaja el fondo de todos los objetos; del paisaje ficticio de este decorado cinematográfico sin futuro, que parece haber sido construido para rodar El País de Las Últimas Cosas, con vocación de western crepuscular, con pocos fondos. Una localización apresurada, fácil, barata y cutre.
     No, lo más perturbador es esa pose que adoptan aquí todos los seres vivos, incluso las lombrices que reptan por el poco más de metro y medio de acera hacia la pared prefabricada, alzada por la subcontrata más barata; para confundirse con el gris oscuro y húmedo del cemento. Ese deseo que muere en el fondo de todos los ojos, en las tinieblas de todas las mentes, enganchado como alambre de espino en todos los corazones. Esa expresión cansada, ese ánimo ausente, inexistente. Esa frase de blues Interpretada por un saxo mortecino que; una puta cansada de tanto amor tararea en la madrugada, la letra de una canción mil veces interpretada con la penúltima copa en la mano: no se por qué he venido, a ver si hoy pasa pronto el tiempo.
     Hace unos pocos años cuando llegué aquí y, durante los primeros días creí que este parsimonioso infierno, este tedioso estado de ánimo, sólo afectaba a los condenados. Pronto descubrí que, en realidad, nadie quiere estar en este lugar. Que lo que para los presos es una realidad que la mayoría acepta debido a la alienante rutina que automatiza y acompasa hasta los pocos momentos excepcionales que pueden llegar a existir en esta noche con demasiada luz. Una luz grisácea que mata cualquier momento con ánimo de intimidad. Esa luz que, sin embargo, no es suficiente para leer. Para los que no están presos, para los que no viven aquí; puede llegar a ser la más pesada de las realidades: una pesadilla que tienen que representar a diario. Poder no haber venido y haber llegado un día más, una noche más. Arrepintiéndose otra vez de haber escogido este trabajo o, de haber acabado trabajando en este lugar, y querer dejarlo ahora, cuando la sensación de que: ya es demasiado tarde para un cambio tan radical les paraliza… cuando entienden que la seguridad y la estabilidad de un puesto de la corona esta siendo también la muerte de su imaginación y, paradójicamente, les convierte en los únicos condenados a cadena perpetua que caminan como zombis por las ruinas de sus antiguas pero nunca olvidadas ilusiones. Y, terminan aceptando que forman parte de un subsistema que les alimenta el cuerpo, que se retroalimenta de su alma, fumándose su tiempo, sin resultados, sin compensaciones. Hasta los dos cachorros de labrador que trajeron hace un par de años en calidad de esclavos del sistema, hoy caminan con paso cansino y la misma expresión, apática y resignada de los otros. Parece que su privilegiado olfato haya absorbido toda la energía del purgatorio. Crecieron, vieron la realidad y seguro que, como todos, escucharon a Dante: “…perded toda esperanza los que aquí entráis…”.

La vida en prisión debe aproximarse lo más posible a los aspectos positivos de la vida en comunidad.

 
Y en medio de esa maraña de millones de células que caminan en grupos hacia la apoptosis, destinadas a morir y servir de argumento al canibalismo humano (…para el sistema, la opción más segura es activar su suicidio…); sin otro destino que existir en el vertedero, y sufrir observando como el tiempo huye llevándose su efímera existencia. Apareciste tú. Tú que entre tanta molicie, entre tanta rutina anorgásmica, traías en el brillo de tu mirada, en el engañosamente plácido estanque de tus ojos oscuros; una promesa de muerte auténtica, dramática, heroica. Y pude ver en esa sonrisa tuya la vocación del verdugo.
Y un escalofrío sacudió mis entrañas, viejos presagios de antiguas batallas regresaron de las tinieblas de mi memoria susurrando estigios lamentos y sombrías premoniciones con dulce sabor de amenaza: he ahí por fin una hembra de verdad con la fuerza de Lilit (la babilonia que anda entre las ruinas…). He ahí una que tiene el poder de mirar dentro del cráneo de los hombres, en las profundidades de la memoria más encriptada, justo detrás de tus ojos, allí donde nacen el amor y el odio que en realidad son una misma cosa…. Esta puede descubrir tus secretos y hacerte llorar de nuevo. Ella puede reciclar todas las almas. He ahí la valkiria que puede ponerte al borde de la muerte que deseas y cruzar el arco iris para llevar tu cadáver a Asgard… Y una nueva esperanza de redención creció en mi negro corazón. La ilusión de alcanzar las estancias celestiales, de rendir cuentas ante los dioses iluminó mi alma oscura y, una vez más la esperanza de morir luchando a manos de un enemigo digno y poderoso floreció ante mis ojos. Finalmente, ahora; todo aquel despliegue quedó en una ilusión, un espejismo. Una pena, un lamento. Abandonaste mi sueño al poco de comenzar la batalla y la traición me trajo un dolor que, aunque deseado, resultó ser tan falso como la esperanza primera; incapaz de hacer brotar las necesarias y deseadas lágrimas.
Aún siento su punzada cada vez que te veo pero, es el mismo dolor frió, seco y vacío que ya me acompañaba antes de tu llegada. Y ahora siento que es demasiado tarde, sé que no queda tiempo, quizá siempre fue demasiado tarde para mí. Por eso quiero revelarte estas cosas para que leas lo que no has querido escuchar. He empezado a escribirla quizá muy cerca del final por si no te interesa conocer el principio de la desolación. Para el resto de los mortales he de recomenzar...


CAPÍTULO 1 (Penetrando en las Últimas cosas)

Toda persona privada de libertad conserva todos aquellos derechos que no le fueron limitados por sentencia judicial.

Entré, y mientras caminaba pesadamente por caminos marcados por un tiralíneas que en ningún momento dejó el mínimo resquicio al arte; seguía a un tipo que empujaba un carro que parecía haber sido construido sin escuadra. Resultaba cruelmente evidente que las ruedas eran demasiado pequeñas para la orografía que debía sortear a diario y cuando el tipo, malhumorado, bajaba el carro del cemento al asfalto, la artrosis de sus metálicos huesos chirriaba sufriendo con cada uno de los salientes de gravilla mal compactada, como si cada rugosidad fuese un latigazo de castigo. Castigo… para sufrirlo me había resignado a andar aquel camino.
En el carro iban todas las pertenencias que habían logrado pasar el control del edificio de ingresos; el primer lugar donde no pude evitar impregnarme del hedor de la desidia. Un control rutinario realizado por un par de tipos de uniforme que parecían de paso por el departamento. No tenían nada claro qué estaba prohibido y que podía pasar, se miraban indecisos y preguntaban continuamente a un tercero del que sólo oí la voz. Cada vez que preguntaban, algún objeto importante para mí quedaba retenido. Así cayeron en el interior de una bolsa de basura negra: un reproductor MP3, un cutter plano de podólogo, dos cajitas de té verde, dos paquetes de tabaco para liar (que una semana después recuperaría). El mismo camino siguió mi vieja maleta verde con ruedas, compañera de tantos viajes.
Había incluido algunos libros que no esperaba encontrar en la biblioteca de una cárcel. No me equivoqué. Entre ellos: Heródoto, Conrad, Tolkien, Graves, Marco Aurelio, Espinoza. Habían pasado sin problemas el control. Ni los abrieron y tampoco me extrañó que no lo hicieran. Y en ese momento, era el bienestar de esos libros lo único que me preocupaba vista la indolencia, el descuido y la brusquedad con la que aquel tipo huraño maltrataba el carro. Recuerdo que pensé: si así tratan a este inocente que no harán con el resto
     El paisaje iba mostrando su desolación a cada metro. Había visto lugares semejantes si: feos, descuidados, sucios. La diferencia estribaba en algo menos superficial que logré identificar a medio camino; un camino que me pareció largo, interminable. Me ayudó el calor sofocante y aquel olor que mi memoria ya había logrado descodificar: caminaba por un campo de batalla. Arrastraba mi alma por un Megido en el que ya se había librado más de una vez la última guerra entre el bien y el mal y; por lo que quedaba, por el hedor a sangre vieja y carne podrida, concluí que la luz había sido masacrada una vez más. 

Las condiciones penitenciarias que infrinjan los derechos humanos de los presos no pueden justificarse en base a la escasez de recursos.


Si. Ese; y no el de las pocas y marchitas flores que sobrevivían entre lo que el pasado invierno debió ser hierba verde; era el aroma que ascendía hacia el cielo azul, muy azul, junto al olor a agua estancada, a cloaca. Era sin duda el perfume de la muerte lenta, del abandono y la pena.

    Cansado, me detuve a pocos metros de la puerta metálica de un enorme barracón con ventanas enrejadas. El tipo que empujaba el carro ya había llegado al final del trayecto y me miraba con una expresión a medio camino entre la indiferencia y el desprecio. Yo tampoco le amaba, ni le odiaba, de él sólo me molestaba que no usase un buen desodorante. Justo encima de la puerta, vi el número 12 pintado en precario, como si se les hubiese agotado la pintura del bote de spray antes de terminar. Nadie abría la puerta (las esperas frente a puertas que se abren tarde forman parte de las múltiples técnicas que la tortura adopta en este purgatorio) y; mientras esperábamos bajo el calor asfixiante que nos regalaba una marquesina diseñada para resguardar de la lluvia a los guardianes y que nada podía bajo los rayos del sol de una tarde de junio. Adopté la apostura del flamenco, cargando todo el peso de mi cuerpo sobre la pierna izquierda e intenté distraerme observando una bancada de césped, ahora muy seco, en el que las únicas plantas eran un par de coníferas definitivamente momificadas entre mucha suciedad: botellas de agua vacías (algunas parecían contener leche…); latas de conserva, colillas, viejos condones sin anudar y bollos de pan en los que no picoteaba ningún pájaro, en los que no roía ninguna rata (al menos el pan sobraba…).
Hacía ya demasiadas horas que había notado la ausencia de pájaros, la ausencia de sustancia de vida. Comprendí que no quisieran aventurarse dentro del recinto de la cárcel. No conozco los idiomas de las aves, nunca he podido hablar con ellas, pero entiendo que sientan horror por las jaulas aunque no sean humanamente conscientes de su libertad. De su auténtica y arriesgada libertad. Mucho más auténtica que la que yo había dejado en la puerta de esta jaula. Extraño porque, el recinto está ubicado en medio del monte en el hueco que antes cubría el agua de una laguna y… no había visto en todo el camino ni un pájaro, ni una lagartija, ni otro animal que no fuera el tipo del carrito y otros homínidos.
Calculé que tenía tiempo para fumar un cigarrillo y lo encendí. Creo que lo hice a posta, como cuando esperaba en la parada al autobús y no llegaba. Bastaba que prendiese un cigarrillo y el gusano luminoso aparecía. Me equivoqué. La puerta se abrió y tuve que apagarlo apresuradamente sobre una mancha de sangre que hasta ese momento no había visto. Una mancha que había sido rojo carmesí. Mucho más joven de lo deseable. Mientras giraba el zapato sobre el cigarro calculé que no debían pasado más de dos o tres días desde que le habían echado arena encima (no debían disponer de serrín por estos pagos).

CAPÍTULO 2 (Redescubriendo las Últimas Cosas)

Todas las prisiones deben de ser objeto de inspecciones gubernamentales regulares y de supervisión por parte de instancias independientes.
 
     Pronto descubriría que el serrín era una carencia mucho más lógica y comprensible que las que penetraron por mis ojos y mis fosas nasales, nublando y embriagando primero y mareando después buena parte de mis neuronas, con la fuerza del amoníaco, una vez traspasada la puerta del barracón enrejado.

Nunca imaginé, supongo que los pesimistas intentamos compensar la tendencia natural con forzados pensamientos positivos, que la fealdad, la suciedad y el abandono que me habían rodeado por el camino y en los dos días que permanecí en el edificio de ingresos, pudiesen ser superadas. Me equivoqué una vez más. El interior era mucho peor y además, en aquellos días de junio sólo se veía el sol en algunos rincones del patio. El patio… una especie de caja para lagartos con apenas un estrecho soportal que en invierno podría resguardar a unos cuantos de la lluvia; en este verano, con el sol cayendo a plomo sobre el cemento actuaba como una olla a presión. Si. Así podría considerarse el patio del módulo 12 en junio de 2006; una olla a presión en la que se iban hacinando muchos más presos de los que el tamaño del recinto admitía con un mínimo de dignidad.
Escribo dignidad aunque, no había nada de dignidad allí entonces y hoy; casi cuatro años después, poco ha mejorado el barracón 12 pero, sé que si dejo de pensar en la dignidad, se que si dejo de escribir dignidad, si no aludo a la dignidad de las personas de vez en cuando. Un día no muy lejano, todos en este infierno olvidarán que existen las dos cosas. La dignidad y las personas. Es la tentación de unos pocos y la tendencia de algunos más, de entre los que no puedo ni quiero excluir a una buena parte de los propios condenados. Porque nadie puede pretender que le respeten, que le traten como a una persona, como a un ser humano; si el mismo se considera: nadie y se trata a si mismo como si fuese un ser carente de voluntad y dignidad.
A la hora que llegué al barracón, el patio era la segunda opción; la primera la tuve ante mis ojos al traspasar la segunda puerta metálica. En el lenguaje políticamente correcto se denomina Sala de Día. No es más que una de las innumerables redundancias, bucles y rutinas verbales irremediablemente cíclicas, muy habituales en la cárcel. Resulta obvio que es una sala para el día dado que por la noche (desde las 20:30h hasta las 08:30h en verano); todos los presos han de estar literalmente encerrados en una celda (celda: espacio de unos nueve metros cuadrados, sin divisiones, con dos literas y dos homínidos que han de vivir juntos, si o si).
Lo ilógico de la distribución; la suciedad, que afectaba en la misma medida al espacio y a los habitantes (si exceptuamos el penetrante olor, más fuerte en los últimos), era la impronta en aquella antesala del purgatorio y; sobre todo el cuadro… si hubiese tomado una instantánea con una cámara fotográfica, al compararla con las imágenes similares que mi memoria, que trabajaba a destajo en aquellas horas, me ponía en la retina (y que describo para que los que esto lean en el futuro se hagan una mínima idea del impacto…); encontraría mucha similitud con las de dos o tres espacios de un psiquiátrico que recorrí siendo niño, en compañía de alguien para visitar a alguien: almas perdidas en pasillos fríos e interminables.
 

Las restricciones sobre las personas privadas de libertad deben ser las mínimas necesarias y proporcionadas a los objetivos para los que fueron impuestas.


Curiosamente, también me venían a la memoria, algunas estaciones de autobuses, sin vehículos ni viajeros; después centré un poco las imágenes y certifiqué que en realidad muchas caras de las que tenía frente a mí, podrían parecerse o incluso ser las mismas que pululan por casi todas las estaciones de autobuses. El único espacio de las ciudades que permite estar a cubierto, pasar desapercibido durante un lapso de tiempo, usar los servicios sin pagar consumición y algunas otras cosas necesarias que, personas como las que ahora me miraban con curiosidad, no tenían fácil en la jungla urbana.
   Uno de los espacios, quizá el único, más lógica y estratégicamente situados, si hemos de tener en cuenta la seguridad y la vigilancia, era la cabina en la que unos cuantos uniformados charlaban animadamente entre ellos. Se trataba de una garita, situada justo entre dos barracones idénticos, desde la que se podía ver fácilmente el contenido de la sala de día, el comedor contiguo y separado por cristales blindados y la caja de lagartos (patio de día…); el resto lo vigilaban cómodamente sentados mirando las cámaras situadas en las dos galerías inmediatamente situadas encima de la sala y el comedor. Todo esto, incluidas fotografías de las celdas, lo había visto años antes en un despacho de una constructora, donde trabajaba alguien muy allegado, que me describió detenidamente sobre los planos todos los corredizos y falsas paredes por donde se puede acceder a las celdas sin abrir las puertas (evidentemente, también se puede mirar y escuchar el interior ¡ah!, y algo muy importante: cambiar las lámparas que iluminan las celdas sin entrar en ellas. Por la puerta…).
Lo que no se veía en las fotografías de los trípticos del Ministerio del Interior, era que el suelo de las cabinas estaba elevado, de tal forma que cuando un preso había de acudir para hablar con un uniformado, aunque este último estuviese sentado, la cabeza del condenado siempre quedaba por debajo de su pecho y; por si algún recluso era demasiado alto, habían situado la trampilla por la que se pasaban documentos y las cartas al interior de la cabina y viceversa, a una altura tal, que hasta las personas de estatura normal se veían obligadas a bajar la cabeza para hablar (o escuchar) con el uniformado del interior.
Toda una melodía de alienación, silenciosa. Ahora ya sabía que cada vez que me acercase a entregar o recoger un documento en la trampilla de la cabina, sería prácticamente imposible no hacer una reverencia y agachar la cabeza. Que no era suficiente con encerrar el cuerpo en un lugar inmundo por un tiempo casi siempre exagerado, no. Además la fea y agresiva arquitectura del recinto estaba diseñada para que la exposición la falta de intimidad y la sumisión fuesen difícilmente evitables.
Siempre había sabido de la falacia penitenciaria, como de tantas otras: seguridad ciudadana, prevención del delito, protección del contribuyente (eran falacias en todas las acepciones posibles)… pero la penitenciaria la estaba experimentando ahora mismo, física y espiritualmente. Estaba comulgando desesperación y sólo era el tercer día


CAPÍTULO 0 (Preparando el Viaje a Las Últimas Cosas)


Debe promoverse la cooperación con los servicios sociales del exterior y la implicación de la sociedad civil.


La había tenido entre mis manos y ahora descansaba sobre la mesa encima de un mazo de folios verdes, mientras yo intentaba conseguir en Internet, alguna información adicional sobre las prisiones en España. Inexistente, pareciera que en este país no hubiera cárceles, ni prisioneros. Cómo era posible que en una sociedad democrática, en un estado de derecho, en la era de la información; no hubiese ninguna asociación de defensa de los derechos civiles? Cómo era posible que, a excepción de los terroristas, ninguna asociación de exreclusos o, familiares de exreclusos tuviese un sitio en la gran red? Un lugar en el que expresar libremente y desde la libertad, lo que se había vivido dentro. Lo que, estaba seguro, seguía sucediendo dentro. Ahora lo entiendo mejor aunque, sigo sin aceptarlo. Lo importante ya figuraba en los folios verdes, los había llevado a imprimir dos días antes para poder leerlos cómodamente acostado. Eran más de cien y menos de doscientos folios procedentes de dos fuentes muy fiables (después de catorce años en el mundo de la comunicación uno sabe que la información tiene la importancia y la fiabilidad que tengan aquellos que te la facilitan o, te la venden). Un magistrado de la Audiencia Provincial de… y un Jefe de Servicios del Centro Penitenciario de… Sí. Así se llamaba a las cárceles, ya lo había leído en un artículo de Javier Marías y en los trípticos del Ministerio de Fomento: Centro Penitenciario, módulo, celda, interno, funcionario. Todo muy políticamente correcto, muy aparente, por fuera…
Había reunido todo aquello y otra información que algunos amigos me habían contado (sí, ya entonces tenía amigos que habían estado o estaban en prisión, unos como clientes y otros en plantilla) porque, el sobre blanco que tenía sobre el mazo verde contenía una carta en la que se me comunicaba que en quince días debía incorporarme a la prisión que escogiese, excepto a las de Cataluña (no tenía ninguna intención de ir preso a donde nunca quise ir libremente…) y; no era este un viaje corto al que pudiese lanzarme sin un mapa detallado. Magdalena, mi abogada, me había dicho que no habían fijado una prisión determinada porque la localidad donde tenía fijado el domicilio no disponía de este tipo de establecimientos (otra ventaja hasta ese momento desconocida, de mi paraíso preferido: pocos impuestos, mucho sol, muchas alemanas, algunas holandesas y ninguna cárcel…).
Magdalena… tuve que consolarla cuando me comunicó que no había podido impedir que “la sala…” me condenase a dos penas de dos años y medio de prisión (total: cinco años si no palmaba antes). Tú has hecho todo lo que te dejaron hacer Magda. Has sido valiente, yo lo sé, tú también. Para mí está bien y para ti debería estarlo. Le dije. Es lo mínimo que la Ley prevé para el delito en cuestión. Insistí. 


La prisión debe facilitar la reintegración en la sociedad libre de las personas que hayan estado privadas de libertad.

Y; Magdalena volvía una vez más sobre su propio sufrimiento: ¡pero si ni siquiera han sido capaces de demostrar que el delito existió, como pueden escribir que está probado que tú lo cometiste! pero, los dos sabíamos que la condena no tenía vuelta atrás. ¡Tenía que haber estudiado ingeniería, en este país no se puede ejercer! El derecho es suyo ¡que vergüenza! (se refería a jueces y fiscales). Después insistía: ¿por qué no quieres recurrir esta barbaridad? Mira, pido que suspendan la ejecución de la condena hasta que el supremo conteste y así por lo menos no tienes que entrar ahora

Magdalena… Magdalena…. Sabes que nunca les voy a dar lo que quieren y que por ello he de pagar un precio: quieren cárcel, pues iré y punto. Tranquilízate. No quiero que recurras porque no confío en esta justicia. No olvides que ¡la petición era de once años! Si han acordado condenarme a cinco; están demostrando que no lo tienen nada claro pero también que les da miedo absolverme. ¿De verdad crees que voy a arriesgarme a que el supremo decida que once era lo justo?, no. Con cinco años es suficiente, no insistas. Y Magdalena terminó aceptando la realidad, desde el principio sabía que mi decisión era más firme que la sentencia.
Bueno… dime donde quieres cumplir y haré lo imposible para que, al menos, te traten adecuadamente y te pongan en tercer grado cuanto antes. Así me gusta, le dije en el tono más cariñoso que pude, y añadí: de poco me sirve una abogada llorona. Todavía no he decidido a donde iré, te llamaré con antelación, no sufras, un beso corazón
  
El respeto a los derechos humanos de todas las personas privadas de libertad. 


Magdalena me envió más información, la LOGP, el Reglamento Penitenciario, normas de régimen interior de varias cárceles. Intuí que sería bueno aprenderme todo aquello antes de entrar y lo hice.
Incluido un pequeño documento que logró ponerme los pelos como escarpias. Comenzaba y concluía con estos dos párrafos:
El Comité de Ministros del Consejo de Europa, en su 952 reunión celebrada el 11 de enero de 2006 adoptó la Recomendación 2006/2 (Rec. 2006-2), dirigida a los Estados miembros, en las que se exponen las nuevas Reglas Penitenciarias Europeas que definen el estándar mínimo en materia de respeto a los derechos humanos de la población reclusa en Europa. Estas nuevas Reglas Penitenciarias Europeas establecen 9 principios básicos en materia penitenciaria…/…
Por último, se hizo un llamamiento a los Gobiernos para considerar sus políticas penales, en el sentido de paralizar la tendencia creciente a encarcelamientos masivos, que están provocando hacinamiento por falta de recursos, a la vez que afectando a los derechos humanos de los internos”.
         Si hacía seis meses, el comité ese aún andaba recomendando estos mínimos, es porque no se estaban cumpliendo. Peor, tratándose de derechos y libertades, España estaría a la cola. Si las sentencias del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo no son vinculantes aquí, ¿qué consideración podría a tener una recomendación? ¿Más papel mojado? No quedaba sino batirse. Escoger una prisión donde el trato fuese "humano" y la corrupción mínima (si es que existía). Y eso hice… 

* De los nueve principios básicos acordados en el Consejo de Europa; que figuran intercalados a lo largo de este relato, pocos se cumplen y en  contadas ocasiones. Otros derechos fundamentales que  figuran con gran ceremonia en la Constitución del 78 y muchos de los que recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tampoco. Y a quien le importa ? la sociedad civil vive pidiendo más años de cárcel para todos los males y mirando para otro lado; hasta que les toca en la carne o de cerca, claro...

A. V. de B.